EL CARTERO SIEMPRE LLAMA DOS VECES, James M. Cain
“La tomé en mis brazos y aplasté mis labios contra los suyos...
―¡Muérdeme! ¡Muérdeme!
La mordí. Hundí tan profundamente mis dientes en sus labios, que sentí su sangre en mi boca. Cuando la llevé arriba, dos hilillos rojos corrían por su cuello.”
(El cartero siempre llama dos veces, James M. Cain).
El
cartero siempre llama dos veces, (publicada en 1934), fue la segunda obra del periodista, guionista y escritor estadounidense James
Mallahan Cain (1892-1977). La violencia, impregnada con grandes dosis
de sensualidad, pasiones desatadas, remordimientos, la intervención
de la femme
fatale,
que corrompe y conduce al hombre a un final dramático..., son ingredientes
que encontramos en sus obras y, por supuesto, también en esta.
La
temática sexual, en una época de represión, y no solo moral, hizo
que “El cartero...” fuera censurada en varios estados del país.
Sin embargo, pronto alcanzó gran éxito y fue llevada al cine,
primero en el año 1946 con Lana Turner en el papel de Cora y de John
Garfield,
en el de Frank Chambers, el protagonista. Aunque hubo una magnífica
versión posterior, en el año 1981, con Jessica Lange y Jack
Nicholson (con una celebrada escena de sexo sobre la mesa de la
cocina), yo me quedo con la primera versión, quizás porque se
funden en ella mis recuerdos de juventud, cuando una sensual e
irresistible Lana Turner vestida de blanco envenena la mente de un
rudo John Garfields, y lleva a ambos a
la perdición.
La
novela, muy breve, de poco más de cien páginas, está escrita en
primera persona y transcurre en los años 30, durante la Gran
Depresión: Frank Chambers, un apuesto joven que vaga sin rumbo fijo,
recala en una venta de carretera regentada por el viejo Nick y su
joven e infeliz esposa Cora. Desde el primer momento, Cora y el recién
llegado se sienten atraídos de forma irresistible, tanto como el
lector de la novela, que cae atrapado en la trama urdida por Cain.
Con
un estilo ágil, diálogos rápidos y vibrantes, sin apenas
descripciones que ralenticen la historia, el autor nos va
introduciendo en una obsesiva atmósfera de suspense de la que apenas vislumbramos su inquietante final:
―¿Y
ahora que hacemos, Frank?
―Ahora
tenemos que ir adelante, Cora; tienes que hacerte fuerte. ¿Estás
segura de que podrás aguantar?
―Después
de esto puedo aguantar todo.
―La
policía te va a tener a mal traer. Tratarán de amilanarte. ¿Crees
que podrás hacerles frente?
―Creo
que sí.
―Tal
vez te endilguen algún cargo. No creo que puedan con todos esos
testigos que tenemos, pero a lo mejor lo hacen y te pasas un año en
la cárcel por homicidio por imprudencia. No quiero que te hagas
ilusiones. ¿Crees que podrás soportarlo?
―Siempre
que al salir te encuentre esperándome...
De
la extrema brevedad de las descripciones físicas, pongo como muestra la que
el narrador, Franck Chambers, hace de Cora, en las primeras páginas:
“Entonces
la vi. Hasta ese momento había estado en la cocina pero entró en el
comedor para recoger la mesa. Salvo su cuerpo, en verdad no era
ninguna belleza arrebatadora, pero tenía una mirada hosca y los
labios salidos de un modo que me dieron ganas de aplastárselos con
los míos.”
¡El retrato, pues, lo deja el autor en manos del lector, que ha de imaginar al personaje! En
páginas posteriores, Cain continúa dando pequeñas pinceladas,
apenas nada:
“A
ella le dieron un traje de baño amarillo y un gorrito rojo, y cuando
salió de la casilla casi no la conocí. Parecía una cría. Era en
realidad la primera vez que veía lo joven que era.”
Unas
treinta novelas de Cain fueron llevadas al cine, las más conocidas: Mildred Pierce (1941), Double Imdemnity (con
el título de Pacto de sangre) (1943) y La mariposa (1947). Pero ninguna de ellas alcanzó la fama, ni en papel, ni en celuloide, de El cartero siempre llama dos veces, considerada como una de las obras cumbres del género negro, junto con El halcón maltés, de Hammett o El sueño eterno, de Chandler.