―¿Le
hice daño en la cabeza ―pregunta Philip Marlowe. Y ella responde:
―Usted
y todos los hombres con quienes me he tropezado.
En las
novelas policíacas o de intriga, hay una serie de detectives que por
sí solos han sido capaces de emerger del papel para tomar vida
propia, igual que el hombre, dicen, salió de la tierra, de un trozo
de barro de la mano de dios. Sin lugar a dudas, el más popular de
los detectives es el célebre Sherlock Holmes, tanto que sus
contemporáneos le creyeron de carne y hueso, y cuando el bueno de su
creador, el inefable sir Conan Doyle se lo liquidó, hastiado de su
propia criatura, le llovieron las protestas y poco después tuvo que
resucitarle.
A mi
juicio, Philip Marlowe es el detective moderno por antonomasia,
encarnado en la persona de Humprey Bogart. Marlowe es, como él mismo
se define en El sueño eterno, “...Un tipo solitario... He estado
en la cárcel más de una vez, y no me ocupo de divorcios. Me gustan
las mujeres, la bebida y el ajedrez... Si alguna vez llegan a dejarme
tieso en alguna callejuela oscura, nadie, ni hombre ni mujer, sentirá
que ha desaparecido el motivo y fundamento de su vida”.
Marlowe
es, en apariencia, un cínico que dice actuar en exclusiva defensa de
sus propio pecunio, pese a que su minuta no es excesiva (“veinticinco
dólares diarios, más gastos de gasolina”), y, sin embargo, acaba
siempre defendiendo intereses ajenos y renunciando a la remuneración
que razonablemente le correspondería, cual quijote, moderno
caballero de la triste figura. En “El largo adiós”, para mi
gusto su mejor obra, Marlowe sufre persecución policial acusado de
complicidad en el asesinato de Sylvia Lennox, y todo por proteger a
su amigo Terry Lennox, al que conoció tiempo atrás borracho y sin un céntimo en los bolsillos. Pues, por encima de cualquier otro
calificativo que podamos ponerle, Philip Marlowe nos atrae porque,
pese a su aparente dureza, solo es un perdido sentimental, además de un tipo honrado.
Raymond
Chandler, (Chicago 1888 - California 1959), de cuya muerte se cumplen
en este mes de marzo cincuenta y cinco años, poseía una sólida
formación literaria fruto de sus estudios en Inglaterra donde fue a
vivir con un familiar. Aunque al comienzo, intentara imitar el estilo
de su compatriota, y creador de la novela negra, Dashiell Hammett, el
estilo de Chandler es diferente: conciso, irónico, cáustico, con
enunciados axiomáticos (“Los cadáveres pesan más que los
corazones destrozados”, o esta otra: “Nunca conocí a un tipo
listo, ninguno que fuera listo hasta el final...”, le confiesa la
secretaria de un mafioso).
Chandler es uno de los primeros representantes, junto con Hammett, de la novela policíaca social. Sus historias no tienen como único fin divertir sino que en el fondo hay una intensa crítica social. Él mismo dice que en sus novelas "habla de un mundo en el que unos bandidos pueden gobernar naciones y casi gobiernan ciudades; en el que los hoteles, los edificios de apartamentos, los restaurantes famosos están en manos de hombres que han hecho su fortuna en los prostíbulos. Un mundo donde un juez, cuya bodega está repleta de licores puede condenar a un hombre por tener una botella en el bolsillo..." (¿Nos suena esta música?)
Chandler es uno de los primeros representantes, junto con Hammett, de la novela policíaca social. Sus historias no tienen como único fin divertir sino que en el fondo hay una intensa crítica social. Él mismo dice que en sus novelas "habla de un mundo en el que unos bandidos pueden gobernar naciones y casi gobiernan ciudades; en el que los hoteles, los edificios de apartamentos, los restaurantes famosos están en manos de hombres que han hecho su fortuna en los prostíbulos. Un mundo donde un juez, cuya bodega está repleta de licores puede condenar a un hombre por tener una botella en el bolsillo..." (¿Nos suena esta música?)
La
plasticidad en las descripciones de Chandler es maravillosa. En El
largo adiós, describe así la llegada de una de las protagonistas:
“El anciano camarero se acercó y examinó con indulgencia mi
whisky con agua. Le hice un gesto negativo con la cabeza, asintió
con un movimiento de la blanca pelambrera y precisamente en aquel
momento entró en el bar un sueño. Por un instante me pareció que
cesaban todos los ruidos, que los tipos a la última dejaban de
competir y que el borracho del taburete detenía su parloteo, y fue
exactamente como cuando el director de una orquesta da unos
golpecitos en el atril con la batuta, alza los brazos y los
inmoviliza en el aire”.
Aparte de El sueño eterno y El largo adiós, otras obras suyas son:
Adiós muñeca, La ventana siniestra, La dama del lago, La hermana
pequeña. Todas sus obras fueron llevadas al cine o la televisión.
También participó en los guiones de “Doble identidad”
(dirigida por Billy Wilder), del escritor James M. Cain o “Extraños
en un tren” (dirigida por A. Hitchcock) basada en la obra de
Patricia Highsmigth.
Por cierto que el escritor irlandés John Banville, que firma sus
obras de género negro como Benjamin Blake, ha publicado
recientemente La rubia de ojos negros, en la que este autor recupera
al detective Marlowe, al parecer por encargo de la propia familia
Chandler. Habrá que leerlo. Aunque toda comparación pueda parecer odiosa, en este caso, será justa y necesaria.
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