FRANCISCO
GONZÁLEZ LEDESMA ( II )
INSPECTOR
MÉNDEZ
“Méndez recordaba muy bien los
cuplés de Bella Dorita, que llevaba en su boca la historia del
Paralelo, su boca grande, de voz pastosa que arrastraba en su
profundidad toda la alegría y toda la muerte de la noche...” (La
dama de Cachemira).
Méndez, hijo de los barrios bajos
de la Ciudad Condal pero conocedor de los entresijos, encajes y
candilejas de los altos, es un policía viejo ―siempre
lo ha sido, el personaje no ha envejecido con el paso de los años,
de las aventuras, sino que nació así, viejo y en esa edad
indefinida continúa hasta que su creador estime oportuno darle el
finiquito―,
más descreído que escéptico, casposo, un lobo solitario que no
duda en dejar escapar a maleantes de poca monta y dar un par de
hostias a un ejecutivo. Conoce las calles de su barrio, el Poble Sec,
como nadie y a sus gentes, obreros, tenderos, quinquis y putas, como
si los hubiera parido. Y a la inversa, él es uno más de la familia,
otro fantasma más de la pintoresca fauna que deambula por sus
calles.
“―Te
mataré, Méndez ―le susurró en el fondo de un bar un benemérito
ciudadano llamado el Chinga―. Dejaste escapar a mi mujer. Ella me
busca para acabar conmigo, pero antes te juro que te rajo.
―Me
debes diez mil pelas, Méndez ―le informó poco después su
patrona.
―Tiene
que recuperar mi pistola, Méndez ―le exigió en una esquina uno de
sus más acreditados confidentes―. Me la robaron ayer.
―¿Si?
¿Dónde la llevabas?
―En
el sitio de costumbre. Entre el pantalón y los calzoncillos. Menuda
mano tuvo el que lo hizo.
―¿Y
sabes quién lo hizo?
―El
Manco.
―¿Seguro
que no te diste cuenta?
―Hombre,
cuenta de algo sí. Pero solo algo.
―¿Y
qué?
―Creí
que iba de buena fe”
Méndez trabaja en solitario, no solo
por los endémicos problemas de escasez de personal del que adolecen
todas las comisarías, sino porque no hay dios que le aguante.
Vive en un piso, un cuarto de
alquiler de lo más cutre y cochambroso al que se accede a través de
un bar no muy lejos de El Molino, la célebre sala de fiestas del
Paralelo.
“El Molino, con sus aspas
eternamente inmóviles y su escenario que seguramente es el más
pequeño del mundo, pertenecía también al universo de Méndez, que
muchos años antes había prestado eficacísimos servicios de
vigilancia en él controlando a los que querían estimular
manualmente al vecino y a los que no pagaban el champán de la casa,
es decir, la gaseosa...”
Méndez aparece por primera vez en
Expediente Barcelona, aunque
como personaje secundario. Será en la siguiente novela, Crónica
sentimental en rojo (1984), que
obtuvo el Premio Planeta, donde como protagonista se encargará de
esclarecer la muerte de una joven ahogada en una playa barcelonesa.
En
La dama de Cachemira (1986) ya
aparece el “auténtico” inspector Méndez que conocemos, caduco,
escéptico, viejo verde impotente, y su viejo Colt de 1912 que no usa
más que para atemorizar a los maleantes del barrio. La obra obtuvo
en Francia el prestigioso Premio Mystère de novela negra. El
acreditado crítico literario del país vecino Claude Mesplède dijo
“que entre las investigaciones de Méndez, el episodio más popular
sigue siendo La dama de Cachemira.
Es una narración con carácter universal”. En ella, Méndez deberá
esclarecer quien es el asesino de un inválido en una silla de
ruedas, en una historia de amor y de mujeres que sueñan con viajes a
lejanos países pero que son eso, solo sueños, porque no consiguen
escapar de la cruda realidad que las rodea.
La
lista de premios literarios obtenidos por González Ledesma y las
aventuras y desventuras de su inspector, es larga. El
pecado o algo parecido (2002) fue galardonada con el premio
Dasiell Hammett; Cinco mujeres y media (2005) recibió
nuevamente el Premio Mystère; Una novela de barrio (2007),
obtuvo el premio Internacional de Novela Negra; la ya reseñada,
Crónica sentimental en rojo (1984),
que obtuvo el Premio Planeta de novela. En el año 2006 se le concede
el Premio Pepe Carvalho por su trayectoria literaria en el
género negro.
Como abogado, hecho a sí mismo
gracias a sus novelas del Oeste americano (ver entrada anterior de
este blog), recibió el premio Roda Ventura. Como periodista (fue
redactor jefe de La Vanguardia), recibió los premios El ciervo y la
Cruz de Sant Jordi, por la calidad de su obra literaria.
La última, por ahora, de la saga es
la recién editada Peores maneras de morir (2013) donde
Méndez, más postergado que nunca por sus superiores, se ve envuelto
en un caso de trata de blancas que lleva entre manos una peligrosa
banda mafiosa que trae de la Europa del este a chicas para su
explotación sexual en España. De nuevo encontramos al Méndez en
estado puro, un policía con pasado pero sin futuro, como
él mismo se confiesa:
“Soy
un policía que no cumple los reglamentos ni cree en las leyes. Si
alguien ha violado a una mujer y la ha martirizado, o si alguien ha
matado a un niño, yo no tengo piedad e incumplo la ley si es
necesario. En los tribunales pasan tantas cosas que yo he llegado a
creer en la norma de la calle, o sea, la justicia directa. No es el
buen camino, desde luego, como tampoco es buen camino sentir piedad
de un delincuente que empieza, mientras los grandes estafadores salen
de la cárcel y encima conservan el dinero estafado...”
¿No nos "suena" algo a pistolero del viejo Oeste? Lo dicho: inspector Méndez en estado puro.